martes, 27 de octubre de 2009

Ya nadie podría hacer nada por ellas.

Ya nadie podría hacer nada por ellas.
Aquellas infinitas mariposas habían decidido realizar el viaje de su vida y nadie, absolutamente nadie (ni nada), podría impedírselo.
Un cruce de miradas basta para que algunas de ellas empiecen a despertar. Después de las miradas: el acercamiento mutuo (obviamente provoca que más mariposas florezcan de la nada, de allí donde se creía que no podría volver a volar nada nunca más). Las mariposas no oyen, ni siquiera entienden, esas palabras que se producen entre sonrisas cómplices y carcajadas múltiples. Palabras absurdas que en realidad no quieren decir nada. Pero, aún así, esas palabras insignificantes son las que provocan que el estómago en cuestión esté repleto de mariposas ansiosas de volar.
El tiempo transcurre y los detalles que, a primera vista, podrían aparentar no tener nada de importancia, son los que hacen que los animalitos voladores empiecen a moverse en ese lugar oscuro. Lo que antes parecía imposible ahora es más vital y necesario que nunca. Cada caricia hace nacer otra mariposa más, otra más, otra más… El tiempo pasa y las mariposas están cada vez más convencidas de que el viaje que están a punto de realizar será el viaje de sus vidas. El viaje de su vida con mariposas en el estómago, que bonito. Ya no caben más mariposas, todas están preparadas para realizarlo, ese instante, inconscientemente, hace ya tiempo que se esta preparando. Falta poco para que las mariposas empiecen a salir y den vida a un nuevo amor.
De repente, con solo una caricia o un beso más, las mariposas empiezan a salir por los poros de la piel, por esa piel caliente y sonrojada. Seguras de lo que hacen y sin mirar atrás, salen dispuestas a vivir con el mayor amor posible.
No, ya nadie podrá hacer nada por ellas, volar es lo que más les gusta (y si es con las mariposas del otro estómago mejor).
A volar, se ha dicho!